Llevo días, o semanas, quizá meses, pidiendo por mi redención.
Pienso profundamente en cada paso que doy en mis acciones, en las acciones de los demás, en aquello que de una u otra forma me ha llegado a afectar. ¿Quién no ha pedido por su propia salvación?
Y me veo otra vez por la ciudad caminando con paso taciturno y distraído...ya no pienso a dónde voy, porque en realidad ya no lo sé, ya no pienso qué hago exactamente aquí, porque en el fondo lo entendí: sigo perdida.
Sigo perdida justamente aquí.
Y entre paso y paso se viene a mi mente el minuto del día en que pido por mi redención.
Por nuestra redención. Y sé que este escrito se lee pesado y melancólico, quizá porque en él guardo precisamente esos sentimientos, o tal vez sea porque a mí me parece que a eso suena la redención.
El punto es que sigo caminando, pidiendo. Se lo pido a mi Dios, el que creo con mis pensamientos, o aquél que me creó, y se lo pido al Dios en el que él no cree.
Y recuerdo esa conversación que más o menos dice así:
-Dios te castigó-
-Yo no creo en Dios.
-Pues entonces lo hizo el Dios en el que creo yo.
Y no es que lo relevante de esta plática pueril sea el castigo de Dios, más bien, la importancia y grandeza de mi Dios, si él en ese instante lo castigó, él en este instante nos puede redimir a los dos.
Que me redima, que me redima hoy mismo. Y qué acto es tan valiente para lograr dicha acción.
Lo sigo pensando y sigo caminando.
Y recuerdo lo desierto que ahora me parece el propio Distrito Federal (aunque ese es otro capítulo para contar). Es desierto no por la soledad, si no por la falta de agua ante mis impacientes ganas por saciar mi sed.
¿Y en dónde hay un oasis? Yo sé la respuesta, está en alguna estación del metro, escondida por allí, justo en el 404 de algún lugar en el mundo.
¿Dónde el oasis? En la redención, en la liberación de esta mala situación.
Y no es que no haya aceptado cada situación con recato, aunque muchas veces me he rebelado, la diferencia de este preciso momento es que sigo sin aceptarlo.
Y quizá con tantas palabras suelta, a ti lector, te he confundido, pues bien....piensa en ese momento que te encantaría no cambiar, sólo redimir...
Mi redención me salva de perder a una persona de mi lado, o quizá lo salva a él de que me vaya de su lado...
El problema es que tal vez, entre tantas letras escritas y cosas dichas, no merecemos hacer un instante ya lejano un momento cercano.
Sigo pidiendo por mi redención, por nuestra redención, se lo pido al Dios en el que creo yo, se lo pido a aquél en que no crees tú.