Esta vida tan plácida me extingue...

De pequeña quería ser un ser ruidoso y decorativo...

lunes, 10 de septiembre de 2012

Viaje en silencio

Aclaraciones: Gracias Rob

Viaje en silencio (Cecilia (por Cecilia))
I
La negrura de esa noche era particular…pesada, densa, demasiada noche, demasiada.
El autobús llevaba una velocidad media, Cecilia no sabía cómo medirla, sólo sentía que iba a velocidad media. Pensaba lo mismo que siempre al andar en carretera:
-Si él viniera conmigo…
Y proseguía con una serie de cuentos que se inventaba, de todas las cosas que podrían hacer, decir, sentir y hasta ver.
-Le contaría de mi insomnio de anoche, del desayuno de hoy, del trabajo que me cansa mucho últimamente, de las noticas que escuché en la semana. Le pediría que me abrazara y colocaría mi cabeza justo del lado izquierdo de su pecho para escuchar el latir de su corazón…bom, bom, bom...quizá logre sentir que se acelera por mi presencia.
Y seguía: -Mientras hay luz, bien podría leer uno de los libros que traigo, el de Elena Poniatowska, el de Nietzsche, el otro que no recuerdo de qué es.
Porque solía ser que Cecilia siempre llevaba más de un libro en el bolso ya que, según ella, no sabía en qué momento podría terminar uno, o aburrise de otro.
Miraba atentamente a la ventana y, como siempre, escribía el nombre de él con el vapor que se juntaba. Cómo le hubiera gustado estar en mitad de la nada, bajo el árbol que apenas distinguía entre la oscuridad acompañada sólo por él. ¿Qué harían? Nada, no quería que hicieran nada. Sentirían los insectos acompañarlos, recorrer el cuerpo de ambos, los mosquitos estarían gustosos de alimentarse de su sangre, sólo unas cuántas gotas.
¡Qué tan poquito necesitan ellos de nosotros para vivir!
-Contaríamos las estrellas, le tomaría la mano y le diría al oído que lo quiero con más profundidad que la del firmamento, con más magia que la que abraza a las estrellas, con más oscuridad que la de la noche, con más intensidad que la luz de la luna llena que alumbraba, con más necesidad que la necesidad que sienten los mosquitos al morder, con más amor que el que puede caber en el autobús.
De momento se distraía con la radio que sonaba al fondo. La voz del locutor era grave, hablaba como si combinara con la noche…con las ganas de Cecilia.
-8:40 de la noche…8:43 de la noche.
-Tres minutos más con él.
-Y antes de la siguiente canción 8:48.
-Cinco minutos más con eĺ.
-8:54...9:01…9:09…
-Seis, siete, ocho minutos más con él.
Como si le pagaran al locutor por dar la hora… Al final, ella sabía que no eran minutos a su lado, sino minutos sin él.
-Contaríamos los topes, veríamos las curvas, esa, esa otra, y esa, la más peligrosa en donde hasta podríamos morir y encontrar un final feliz… Morir juntos.
Cecilia pensaba: Si viniera él conmigo, seguro sería igual. Viajaríamos sin hablar.

Canelita.

Cecilia (por un enamorado)
II
Me enamoré de nuevo y por última vez (en el día). Su nombre era Cecilia, lo supe porque al abordar el autobús para viajar en carretera se le cayó su boleto de vuelta. Lo recogí, di diez veloces pasos y la alcancé. Es una lástima que me haya tocado en un asiento opuesto y no junto a ella. Hubiera sido lindo verla platicar.
Era de noche, la noche más estrellada que recuerde, me asomaba por la ventana y veía mi reflejo y el de ella.
Me llamaba la atención su sonrisa, estaba ensimismada sin duda, sus ojos daban a todos lados, veía una y otra vez la lamparita que le alumbraba para leer ese libro de Nietzsche, ese otro de Poniatowska. (Era raro ver a alguien con tantos libros, quizá estudiaba filosofía o frecuentaba los viajes de largas horas).
La radio se oía de fondo, nada nuevo a mi parecer, las mismas canciones, los mismos comerciales, el mismo locutor que entre corte y corte daba la hora y la temperatura. ¡Vaya fastidio!
Por mi parte seguía viéndola y le alternaba observando las estrellas, jugaba a hacer constelaciones inventadas por mí “La musa de Xochimilco”, por Aries el pesado de mi vecino con sus cuernos, por piscis un pescado de tres ojos como los que moran en el lago de Chapultepec.
Su rostro, sus ojos, sus labios, su cabello enmarañado se fueron acomodando al titilar de las estrellas.
Estaba Cecilia a mi lado. No. La estaba soñando. ¡Qué más me daba! Había venido a agradecerme lo del boleto, lo había sacado de la bolsa que colgaba de su hombro y me lo estaba dando endosado al número de su teléfono. Se acercó a mí, se inclinó un poco, lo suficiente para poder ver el canalillo de sus senos, besó cálidamente la comisura de mis besos y se sentó en mis piernas para no irse jamás.
Desperté súbitamente obligado por el chofer del autobús que me pedía descendiera puesto que teníamos 5 minutos de haber llegado. Te busqué. Al bajar de nuevo encontré un boleto, este tenía el nombre de Iris.
Rob Cruzzó.