Esta vida tan plácida me extingue...

De pequeña quería ser un ser ruidoso y decorativo...

miércoles, 10 de octubre de 2012

Nuestra playa

 En nuestra playa todo fue distinto a lo de hoy,
al común sol, al tormentoso ruido de la ciudad,
a los pasos con prisa, a las noches sin estrellas.

Todo fue mejor,
mejor la arena y el mar salado que déjamos nos mojara,
y la noche silenciosa que nos dio la mano
y nos llevó a caminar con ella...

Nuestra playa guarda secretos,
la mágia de un inicio, del final de los finales,
de los créditos con letras pequeñitas
que dicen tu nombre completo,
el mío,
el nuestro.

En nuestra playa no había miedo a nada,
no cabía la realidad, ni los días de escuela,
ni las trágicas historias,

las palapas no costaban nada,
era gratis pasear por ella,
gratis tirarnos a descansar,
eran gratis las caricias
que suelen costar más ahora por el IVA
y los impuestos que lejos de la frontera aumentan.

Había risas, sueños, el clima era cálido
y nosotros nos acoplamos como si nos quisiéramos quedar por siempre allí,
mis huellas iban al lado de las tuyas,
unidos por el claro abrazo de la necesidad que nos carcomía,
de las ganas nuestras por hacer las cosas sin pensar.

¡Nuestra playa!

Sin hoteles, sin basura,
sin vacaciones para los demás, ni helados de coco,
ni raspados de frambuesa con lechera,
sólo nuestra.

Todo fue distinto,
todo era nuestro,
todas las fotografías que perdimos,
el viento, y las gotas gordas que nos atacaban en la tarde,
y el ruidito de las olas,
todo es distinto hoy a nuestra playa.


En nuestra playa no hay espacio ni tiempo para nadie más,
no hay pecera tan grande en donde quepa,
no hay besos que sobren, porque cada uno hace falta,
no hay noches para dormir
sólo insomnio en exceso,

no hay nada igual,
nada parecido,
ni copias piratas,
ni clones,

Dime ¿cuándo regresamos a nuestra playa?




sábado, 6 de octubre de 2012

Compañía

Se paseaba por la habitación mientras ella lo observaba atentamente, como si cada uno de sus movimientos fueran nuevos, como si no lo hubiera visto unas mil veces antes de la misma forma; él extendido sobre la cama leyendo, él cruzando del baño a la cocina, él con el cabello mojado escurriendo sobre sus hombros, él preparando el desayuno, él apoyado en la barra café, con ambos codos acomodados y un pie medio inclinado, revisando su tarea, dos, tres libros sobre la barra, abiertos en distintas páginas, haciendo comparaciones.

Cómo le gustaba a ella observarlo así, con la ventana abierta, estudiando, semidesnudo. Cómo lo admiraba, con tanta ternura, con tanto silencio, con tanta armonía que parecían uno solo. Cómo lo amaba y lo aceptaba con todo y todo, con cada uno de sus defectos, de sus manías, de sus locuras, de sus virtudes que parecían indignantes por ser tan perversas, tan buenas, tan extraordinarias.

De momentos él subía la mirada y la veía atentamente, como queriendo preguntarle cualquier cosa para romper con ese silencio, como queriendo echarse a llorar o reír entre sus brazos, frágiles, débiles, pero seguros…eternamente seguros.

Por las noches, ella dormía a su vera, siempre del lado izquierdo, esperaba con ansias ver cómo el sueño lo vencía, acariciaba sus ojos cerrados, pasaba sus dedos entres su cabello enmarañado, le besaba los hombros, lo observaba como nadie podría hacerlo jamás, desnudo de cuerpo y alma.

Así seguían día a día, él paseando por la habitación mientras ella lo observaba atentamente, cuando ambos escucharon un toc-toc en la puerta, se miraron asombrados, ¿quién podría ser? Ninguno esperaba a nadie.

-¿Aramí? ¿Qué haces aquí?- preguntó él emocionado, -pasa, qué gusto verte.

Qué extraño, era un evento inesperado pero allí estaban los tres.

Ella vio como se abrazaron, como Aramí recorrió el departamento como si lo reconociera con cada paso; observó atentamente cada movimiento que hacían juntos, las risas, la plática que pintaba para hacerse extensa, para durar horas. Reconocía esa extraña ecxitación del él al hablar de la libertad, la luminosidad en sus ojos con cada palabra, la tristeza que lo invadía al cambiar de tema y proclamar ideas de acuerdo y desacuerdo sobre la política del país (tiempo de crisis económica, moral, existencial).

¿Y Aramí? A Aramí se le notaba la felicidad, lo tomaba de las manos, le acariciaba el mismo cabello enmarañado que por las noches era de ella, lo veía atentamente, impresionada por cada palabra.

No había más silencio.

Y de pronto...una veta de amor en la mirada, en la sonrisa...en cada palabra.

Y no, no y no, ella podía perdonar y pasar por alto cualquier cosa: que la cena no fuera para tres, que tuviera que ver como creaban caricias con las manos, con el cuerpo, con cada cosa que hacían, caricias nuevas, que se dieran besitos en las manos, que observaran juntos la luna, que él le tocará con la guitarra las canciones que un día antes había practicado con ella, pero si había algo que no toleraba, era que mirara a cualquier otra con esos ojos de amor que suplicaban compañía de una noche, de un mes...de una vida.

Tomó su bolsa y azotó la puerta por fuera...intentó bajar las escaleras rápidamente, humillada, dolida, pero siempre segura, tan segura como los brazos seguros que le ofrecía a él, tan segura como cuando había llegado a tocar su puerta para que la dejara pasar.

-¡Soledad!-

Era el grito desesperado de él desde la puerta marcada con el número que bien conocían ambos. Soledad se detuvo entre dos escalones, como si mitad de ella quisiera regresar y mitad huir. Vio hacía arriba, qué bonita era, qué frágil, con su vestido de flores cafés, con su cabello medio suelto, medio trenzado y sonrió.

-No te preocupes- le dijo dulce y burlonamente -Se feliz esta noche, sin falta mañana volveré.