Esta vida tan plácida me extingue...

De pequeña quería ser un ser ruidoso y decorativo...

jueves, 20 de diciembre de 2012

(Sin título)

Anoche surgieron dos posible títulos sugeridos por Mauro, en este momento los olvidé.
Dedicatoria: omitida.


Se me cansa el orgullo,
lo remojo en el café para hacerlo menos amargo
y lo bebo y lo vomito.
Lo veo medio dormido y le grito,
le hablo a él para no hablarte a ti.
Por momentos no me cabe en las manos,
se acomoda al lado de mí
... y me acompaña como guardaespaldas,
me nubla la razón, me presenta al olvido.

Se me cansa el orgullo,
me flaquea y me habla de ti,
me pregunta por ti,
me sabe a ti.
Un día de estos se queda dormido.
Se me cansa el orgullo, me susurra al oído que te pida
que regreses un ratito.

jueves, 13 de diciembre de 2012

Acuerdo

Dedicatoria obvia: A él, que ya no me quiere.

Llévate la guitarra, esa es tuya.
La canción que nunca me escribiste,
el boleto a Texcoco con mi nombre,
es justo y te pertenece.

Déjame las tazas vacías de
los cafés que nos bebimos,
la foto de cuando nos conocimos,
las medias negras, incluso este escrito.

Y, bueno, a Sabina, Serrat, Oceransky y Delgadillo,
no nos queda más que compartirlos.
Nuestra canción la dividimos, puedes escoger
si quieres la mitad del inicio o la mitad del final.

Y los planes que teníamos para hacer juntos,
esos, se los dejamos al olvido.

miércoles, 5 de diciembre de 2012

Escribiendo con el frío


Tercer y último intento: Dedicatoria omitida.


Escribirte que me gustas quedaría chico a cualquier intento de romance,
no es fácil hablar contigo, pero hablar de ti me sale bien.
Escribirte es algo nuevo en mi vida,
construyo palabras para ti, sólo para ti.

Acaricio muy despacio recuerdos nuevos,
no trillados ni marchitos,
pasados, pero nuevos.

Toco con la punta de mis dedos tu cabello, finito y oscuro,
y fijo mi atención en tu forma de hablar.

Recorro, imaginariamente, la yema de tus dedos,
la palma de tus manos, el misterio de tus palabras,
y estallo en la alegría de conocerte
y no tenerte.

De pensarte distraídamente,
poquito, muy poquito,

de sorprendidamente irte descubriendo,
y dejar un poco siempre para después.

Si me invitaras a recorrer el mundo,
probablemente diría que sí,
si me invitaras a conocer Tlaxcala,
indefendiblemente aceptaría
sin decir que Tlaxcala la conocí sin ti.

Escribirte cualquier cosa quedaría corto al intento de romance
que nos espera en la esquina con el farol
donde nos conocimos,
pensarte es refrescar cualquier acto,

no imagino la felicidad esa de besarte.

Pero quizá sea besarte,
el único acto de romance aceptable,
para las ganas que tengo de escribirte,
hablarte...
y seguir a la distancia,
con la cercanía de ese,
nuestro inexistible romance.

viernes, 30 de noviembre de 2012

Lo que me gusta de vos


Aclaración: Dedicatoria obvia. A usted que aún no sabe los besos que le caben en la boca.

Esa forma suya de hablar, cuando habla
y de hablar, incluso cuando calla.
De perder la mirada en las calles,
en la lluvia, en mi cuerpo.
De perderse siempre de todo,
de olvidar, de recordar, de dormir profundamente.

Ese beso que me niega y luego me regala,
y la forma nuestra de unirnos
que se siente como cataclismo
fuera o dentro de su habitación.

Cuando bosteza y emite un grito,
el grito ese que hace que todos volteen
y le vean
y usted cómodamente vuelva a bostezar.

Y su manera única de poner demasiada atención,
de buscar libros en los estantes
y hojas en los libros
y palabras específicas en las hojas
y después dictaminar: me sirve, no me sirve.

Como cuando escucha música, alguna canción en especial,
y cierra sus ojos, tan suyos, tan míos,
tan de otras,
y hace esas muecas raras como si volara.

Y yo lo veo pasmada, porque no tengo otra forma de mirarle,
porque se me va la vida creyendo que yo me lo inventé,
y me gusta cuando usted me inventa,
y me pone lunares donde no tenía,
y yo le pongo besos donde más le sobran.

Esa voz inconfundible,
que se me aparece en sueños,
que me da por escuchar cuando estoy aburrida,
que me nombra…esa voz suya.

Lo que me gusta de vos,
es simple e inigualable,
                            es vos.




martes, 27 de noviembre de 2012

Escribiendo con el frío.

(Segundo intento)

Escribirle a desconocidos
es más fácil
cuando pienso en ti.
Es plasmar un estallido,
un escalofrío,
una cosa inexplicable

cuando miro y pienso
en tu sonisa:
nutrida, iluminante y destellante.

La sonrisa inalcanzable
de medio kilómetro,
de un cuarto de hora,
del cabello lacio y la tez morena,
de los días que no vuelven
y el regreso de las ilusiones,
del decir: Te quiero bien y bonito.

(Aunque no te quiera) (Aunque no te quiera).

Hablarle a desconocidos
es más fácil
cuando pienso en ti.
Es ir y venir y terminar
por encontrarte en cada uno de ellos.

Como si sus voces dijeran mi nombre
como tú lo haces,
cuando lo haces,
porque casi no lo haces.

Como cuando vuelves
o yo te busco,
o veo esa foto donde estamos juntos.

Eso de estar con desconocidos
es más fácil cuando pienso en ti,
incluso quererlos, abrazarlos, incluso.

Escribirte a ti es más fácil,
cuando pienso en ti como un desconocido,
incluso quererte es más fácil, incluso.

lunes, 5 de noviembre de 2012

Escribiendo con el frío

Aclaraciones: Dedicatoria omitida (primer intento).

Me ganan las ganas de escribirte, las ganas de pensarte,
los ojos se me hacen chiquitos cada vez que te evoco,
te veo evaporarte con el agua caliente mientras me baño.

Eres este frío que se cuela por mi ropa,
eres la lluvia finita que escurre por mi ventana,
eres los besos helados, los abrazos calientes,
el chocolate que preparé en la mañana,
mi cobijita favorita.

Cómo encontrar las palabras para hablarte,
para decirte te quiero, ven un ratito, abrázame.

Abrázame fuerte porque tengo frío.
Me ganan las ganas de caminar por tu sendero,
las manos se me congelan,
la razón, la sensación, los recuerdos.

Eres el verbo en pasado,
el fuego que quiere quemarme y no prende,
chimenea, taza de café, mis labios cuarteados.

¿Cómo decirte te extraño?

miércoles, 10 de octubre de 2012

Nuestra playa

 En nuestra playa todo fue distinto a lo de hoy,
al común sol, al tormentoso ruido de la ciudad,
a los pasos con prisa, a las noches sin estrellas.

Todo fue mejor,
mejor la arena y el mar salado que déjamos nos mojara,
y la noche silenciosa que nos dio la mano
y nos llevó a caminar con ella...

Nuestra playa guarda secretos,
la mágia de un inicio, del final de los finales,
de los créditos con letras pequeñitas
que dicen tu nombre completo,
el mío,
el nuestro.

En nuestra playa no había miedo a nada,
no cabía la realidad, ni los días de escuela,
ni las trágicas historias,

las palapas no costaban nada,
era gratis pasear por ella,
gratis tirarnos a descansar,
eran gratis las caricias
que suelen costar más ahora por el IVA
y los impuestos que lejos de la frontera aumentan.

Había risas, sueños, el clima era cálido
y nosotros nos acoplamos como si nos quisiéramos quedar por siempre allí,
mis huellas iban al lado de las tuyas,
unidos por el claro abrazo de la necesidad que nos carcomía,
de las ganas nuestras por hacer las cosas sin pensar.

¡Nuestra playa!

Sin hoteles, sin basura,
sin vacaciones para los demás, ni helados de coco,
ni raspados de frambuesa con lechera,
sólo nuestra.

Todo fue distinto,
todo era nuestro,
todas las fotografías que perdimos,
el viento, y las gotas gordas que nos atacaban en la tarde,
y el ruidito de las olas,
todo es distinto hoy a nuestra playa.


En nuestra playa no hay espacio ni tiempo para nadie más,
no hay pecera tan grande en donde quepa,
no hay besos que sobren, porque cada uno hace falta,
no hay noches para dormir
sólo insomnio en exceso,

no hay nada igual,
nada parecido,
ni copias piratas,
ni clones,

Dime ¿cuándo regresamos a nuestra playa?




sábado, 6 de octubre de 2012

Compañía

Se paseaba por la habitación mientras ella lo observaba atentamente, como si cada uno de sus movimientos fueran nuevos, como si no lo hubiera visto unas mil veces antes de la misma forma; él extendido sobre la cama leyendo, él cruzando del baño a la cocina, él con el cabello mojado escurriendo sobre sus hombros, él preparando el desayuno, él apoyado en la barra café, con ambos codos acomodados y un pie medio inclinado, revisando su tarea, dos, tres libros sobre la barra, abiertos en distintas páginas, haciendo comparaciones.

Cómo le gustaba a ella observarlo así, con la ventana abierta, estudiando, semidesnudo. Cómo lo admiraba, con tanta ternura, con tanto silencio, con tanta armonía que parecían uno solo. Cómo lo amaba y lo aceptaba con todo y todo, con cada uno de sus defectos, de sus manías, de sus locuras, de sus virtudes que parecían indignantes por ser tan perversas, tan buenas, tan extraordinarias.

De momentos él subía la mirada y la veía atentamente, como queriendo preguntarle cualquier cosa para romper con ese silencio, como queriendo echarse a llorar o reír entre sus brazos, frágiles, débiles, pero seguros…eternamente seguros.

Por las noches, ella dormía a su vera, siempre del lado izquierdo, esperaba con ansias ver cómo el sueño lo vencía, acariciaba sus ojos cerrados, pasaba sus dedos entres su cabello enmarañado, le besaba los hombros, lo observaba como nadie podría hacerlo jamás, desnudo de cuerpo y alma.

Así seguían día a día, él paseando por la habitación mientras ella lo observaba atentamente, cuando ambos escucharon un toc-toc en la puerta, se miraron asombrados, ¿quién podría ser? Ninguno esperaba a nadie.

-¿Aramí? ¿Qué haces aquí?- preguntó él emocionado, -pasa, qué gusto verte.

Qué extraño, era un evento inesperado pero allí estaban los tres.

Ella vio como se abrazaron, como Aramí recorrió el departamento como si lo reconociera con cada paso; observó atentamente cada movimiento que hacían juntos, las risas, la plática que pintaba para hacerse extensa, para durar horas. Reconocía esa extraña ecxitación del él al hablar de la libertad, la luminosidad en sus ojos con cada palabra, la tristeza que lo invadía al cambiar de tema y proclamar ideas de acuerdo y desacuerdo sobre la política del país (tiempo de crisis económica, moral, existencial).

¿Y Aramí? A Aramí se le notaba la felicidad, lo tomaba de las manos, le acariciaba el mismo cabello enmarañado que por las noches era de ella, lo veía atentamente, impresionada por cada palabra.

No había más silencio.

Y de pronto...una veta de amor en la mirada, en la sonrisa...en cada palabra.

Y no, no y no, ella podía perdonar y pasar por alto cualquier cosa: que la cena no fuera para tres, que tuviera que ver como creaban caricias con las manos, con el cuerpo, con cada cosa que hacían, caricias nuevas, que se dieran besitos en las manos, que observaran juntos la luna, que él le tocará con la guitarra las canciones que un día antes había practicado con ella, pero si había algo que no toleraba, era que mirara a cualquier otra con esos ojos de amor que suplicaban compañía de una noche, de un mes...de una vida.

Tomó su bolsa y azotó la puerta por fuera...intentó bajar las escaleras rápidamente, humillada, dolida, pero siempre segura, tan segura como los brazos seguros que le ofrecía a él, tan segura como cuando había llegado a tocar su puerta para que la dejara pasar.

-¡Soledad!-

Era el grito desesperado de él desde la puerta marcada con el número que bien conocían ambos. Soledad se detuvo entre dos escalones, como si mitad de ella quisiera regresar y mitad huir. Vio hacía arriba, qué bonita era, qué frágil, con su vestido de flores cafés, con su cabello medio suelto, medio trenzado y sonrió.

-No te preocupes- le dijo dulce y burlonamente -Se feliz esta noche, sin falta mañana volveré.

lunes, 10 de septiembre de 2012

Viaje en silencio

Aclaraciones: Gracias Rob

Viaje en silencio (Cecilia (por Cecilia))
I
La negrura de esa noche era particular…pesada, densa, demasiada noche, demasiada.
El autobús llevaba una velocidad media, Cecilia no sabía cómo medirla, sólo sentía que iba a velocidad media. Pensaba lo mismo que siempre al andar en carretera:
-Si él viniera conmigo…
Y proseguía con una serie de cuentos que se inventaba, de todas las cosas que podrían hacer, decir, sentir y hasta ver.
-Le contaría de mi insomnio de anoche, del desayuno de hoy, del trabajo que me cansa mucho últimamente, de las noticas que escuché en la semana. Le pediría que me abrazara y colocaría mi cabeza justo del lado izquierdo de su pecho para escuchar el latir de su corazón…bom, bom, bom...quizá logre sentir que se acelera por mi presencia.
Y seguía: -Mientras hay luz, bien podría leer uno de los libros que traigo, el de Elena Poniatowska, el de Nietzsche, el otro que no recuerdo de qué es.
Porque solía ser que Cecilia siempre llevaba más de un libro en el bolso ya que, según ella, no sabía en qué momento podría terminar uno, o aburrise de otro.
Miraba atentamente a la ventana y, como siempre, escribía el nombre de él con el vapor que se juntaba. Cómo le hubiera gustado estar en mitad de la nada, bajo el árbol que apenas distinguía entre la oscuridad acompañada sólo por él. ¿Qué harían? Nada, no quería que hicieran nada. Sentirían los insectos acompañarlos, recorrer el cuerpo de ambos, los mosquitos estarían gustosos de alimentarse de su sangre, sólo unas cuántas gotas.
¡Qué tan poquito necesitan ellos de nosotros para vivir!
-Contaríamos las estrellas, le tomaría la mano y le diría al oído que lo quiero con más profundidad que la del firmamento, con más magia que la que abraza a las estrellas, con más oscuridad que la de la noche, con más intensidad que la luz de la luna llena que alumbraba, con más necesidad que la necesidad que sienten los mosquitos al morder, con más amor que el que puede caber en el autobús.
De momento se distraía con la radio que sonaba al fondo. La voz del locutor era grave, hablaba como si combinara con la noche…con las ganas de Cecilia.
-8:40 de la noche…8:43 de la noche.
-Tres minutos más con él.
-Y antes de la siguiente canción 8:48.
-Cinco minutos más con eĺ.
-8:54...9:01…9:09…
-Seis, siete, ocho minutos más con él.
Como si le pagaran al locutor por dar la hora… Al final, ella sabía que no eran minutos a su lado, sino minutos sin él.
-Contaríamos los topes, veríamos las curvas, esa, esa otra, y esa, la más peligrosa en donde hasta podríamos morir y encontrar un final feliz… Morir juntos.
Cecilia pensaba: Si viniera él conmigo, seguro sería igual. Viajaríamos sin hablar.

Canelita.

Cecilia (por un enamorado)
II
Me enamoré de nuevo y por última vez (en el día). Su nombre era Cecilia, lo supe porque al abordar el autobús para viajar en carretera se le cayó su boleto de vuelta. Lo recogí, di diez veloces pasos y la alcancé. Es una lástima que me haya tocado en un asiento opuesto y no junto a ella. Hubiera sido lindo verla platicar.
Era de noche, la noche más estrellada que recuerde, me asomaba por la ventana y veía mi reflejo y el de ella.
Me llamaba la atención su sonrisa, estaba ensimismada sin duda, sus ojos daban a todos lados, veía una y otra vez la lamparita que le alumbraba para leer ese libro de Nietzsche, ese otro de Poniatowska. (Era raro ver a alguien con tantos libros, quizá estudiaba filosofía o frecuentaba los viajes de largas horas).
La radio se oía de fondo, nada nuevo a mi parecer, las mismas canciones, los mismos comerciales, el mismo locutor que entre corte y corte daba la hora y la temperatura. ¡Vaya fastidio!
Por mi parte seguía viéndola y le alternaba observando las estrellas, jugaba a hacer constelaciones inventadas por mí “La musa de Xochimilco”, por Aries el pesado de mi vecino con sus cuernos, por piscis un pescado de tres ojos como los que moran en el lago de Chapultepec.
Su rostro, sus ojos, sus labios, su cabello enmarañado se fueron acomodando al titilar de las estrellas.
Estaba Cecilia a mi lado. No. La estaba soñando. ¡Qué más me daba! Había venido a agradecerme lo del boleto, lo había sacado de la bolsa que colgaba de su hombro y me lo estaba dando endosado al número de su teléfono. Se acercó a mí, se inclinó un poco, lo suficiente para poder ver el canalillo de sus senos, besó cálidamente la comisura de mis besos y se sentó en mis piernas para no irse jamás.
Desperté súbitamente obligado por el chofer del autobús que me pedía descendiera puesto que teníamos 5 minutos de haber llegado. Te busqué. Al bajar de nuevo encontré un boleto, este tenía el nombre de Iris.
Rob Cruzzó.

viernes, 31 de agosto de 2012

Ahora te escribo


Ahora te escribo…lejana de ti
absorta, impresionada...pensativa,
redundante en cada palabra que quiere gritar que aún te ama…
que te empezaron a amar después de lo nuestro,
porque es hasta ahora que escriben para ti.

Ahora te escribo, perdida en recuerdos,
a las 11:00 horas…a las 12:46, justo ahora, te sigo escribiendo.
Qué ganas de ir por ti, qué ganas.
Qué ganas de ganar, de ganarte, de ganar contigo,
pero gano sin ti.

Gano libertades, amores,
gano sensaciones (esas que oprimen mi pecho),
gano…gano ¿o perdí?

Ahora te escribo, ya que no hay tiempo,
con los labios resecos de ti,
con los ojos cansados y delineados,
con la blusa que quiere conocerte,
con las incoherencias que salen de mis dedos…

Ahora te escribo sedienta.
Impasible,
inexplicable,
insospechable,
oportunista,
desalineada, desarreglada, desequilibrada.

Rasco mi cabeza para sacarte de ella, pero no logro rascar el corazón,
el estómago, el oído por donde entraste al cuerpo que ya no habitas
y que sigue guardando un cuarto (sin ventanas) por si decides un día venir.

Ahora te escribo, con ideas marchitas, trilladas,
con palabras que ya escuchaste de otros labios,
que me robé de otros enamorados, de otros dolidos,
de otros.

Cuento las palabras, hasta aquí 204, 205… sigo, 207 sin decir nada interesante,
rescatable.
Bebo un poco de agua, de alcohol, del Brandy que sobro de la fiesta a la que jamás viniste.
¿Fiestas? esas que hacíamos con besos y caricias,
con versos, con poesía…
Fiesta cada cuento tuyo, cada gesto, cada sueño.
Fiesta tus brazos, tus ojos, tus labios.

Ahora te escribo sin reglas,
sin sonetos,
sin rimas,
sin ti.

Ahora te escribo lo que anoche a otro no pude escribir.

miércoles, 29 de agosto de 2012

Extrañarte

Extrañarte es un caso único, distinto,
no te extraño como extraño a los demás,
como extraño cualquier acto, cualquier día,
como extraño la arena quemando mis pies,
o la lluvia colándose bajo mi piel.

Extrañarte es un acto casi divino,
es beberme toda el agua para intentar llenar tu vacio.
Es mentir y decirle al mundo que casi te olvido,
pero tú lo sabes, que hasta cuando digo cualquier cosa
sigo diciendo “Te extraño”.

Extrañarte no es sufrir, o gozar,
o reír o llorar,
porque extrañarte, justo a ti, sigue siendo distinto,
como todo lo vivido contigo…

Extrañarte no se trata de pensarte,
de recordar los paseos, los besos, los sueños,
las promesas…
no se trata de recordarte, es algo que se adhiere al alma,
como el acto de respirar o parpadear,
algo que olvidas porque es parte del día a día.

No te extraño como extraño el invierno
que se fue y volverá,
como extraño mi infancia ida,
como extraño a Benedetti o Chavela Vargas,
o la cerveza fría en las tardes acaloradas
o el tequila en las noches frías.

Extrañarte es mirar al lado mío y no encontrarte,
es hablarte sin decir “Te quiero”,
es sentir cada vez más tu olvido.

Extrañarte, no puede ser igual a todo lo sentido,
porque extrañarte es haberte tenido
y haberte perdido.

sábado, 25 de agosto de 2012

¿Cómo te explico?


Y resulta que también tú estás aquí
Cómo explicarte ésto que siento
si por más que intento no encuentro
palabras, ni imágenes, ni actos suficientes.

Si vivimos en un teatro
y somos parte  de la obra en escena,
el primer acto ha terminado,
vienen el segundo, en tercero ¿cuál?
¿Cuál será nuestro acto fina?

Cómo explicarte que sólo estamos siendo,
que mañana no seremos más,
seremos otros, en otro pensamiento,
en otro cuerpo
que para ser, sólo Dios
que siempre ha sido y nunca dejará de ser.

Cómo te explico que el cielo no es azul,
que tu azul no es el mío,
ni tu mar, ni tu lluvia, ni tu sol,
porque para cada uno hay un nuevo día,
porque astros hay más de mil
y seguimos viendo sólo uno.

Cómo explicarte que el hecho de coincidir
no es coincidencia,
ni tú ni yo somos el porqué de la existencia,
pero sí hay un porqué de nuestro ser.

Cómo explicarte que soy frágil,
que soy inexplicable,
que te quiero como nadie sabe,
como tú no entiendes,
como si tuviera un corazón para ti
y  otro para el mundo entero.

Cómo te explico que no son las palabras,
ni las letras,
ni los acentos,
ni las comas,
ni los puntos,
ni los trazos.

Es la forma de hablar,
de interpretar,
en el pedir está el dar.

Cómo te explico que mañana
volverá a ser ayer,
que los días son una invención
sólo para contar la vida,
para almacenarla en calendarios,
en meses de contigo,
y meses de sin ti.

Cómo  explicarte que hay que aprovechar,
y que aprovechar no es lo mismo que ser aprovechados,
que lo que se pone en desuso
termina por no servir más.

Cómo te explico que no somos extraños
por no conocernos
sino por habernos conocido,
por extrañarnos.

Cómo explicarte esto que siento,
si decir “Te quiero” me parece poco
y amarte puede ser una promesa falsa.

Cómo explicarte el mundo,
si de entrada me dejas sin palabras.

martes, 21 de agosto de 2012

Te he querido, te quiero

Te he querido desde ayer, desde antier,
desde hace años,
desde el primer momento que te vi.

Te he querido a la luz del sol,
con el brillo de la Luna,
en silencio, con voz bajita,
yo creo que desde que nací.

Te he querido sedienta, indispuesta,
y hasta cuando te odio
siempre sobra amor para ti.

Te he querido porque no sé no hacerlo,
porque cada día encuentro un nuevo motivo,
porque estás conmigo aunque estés sin mí.

Te he querido y he querido tus manos,
tu boca rebelde, tus pensamientos,
tus pasos opuestos a los míos…he querido tu camino que sigue lejos de aquí.

Te he querido desde hace una hora,
desde el jueves pasado (el más próximo, el más lejano)
desde el martes que llovía,
te he querido desde que empecé a escribir.

Te he querido porque encuentro paz bajo tu abrigo,
bajo tus sábanas, bajo tu espíritu.
Porque contigo no busco, sólo encuentro.

Porque suelo no dormir a tu lado,
ni besarte, ni llamarte,
porque suelo extrañarte.

Te he querido porque el quererte es nuevo en el mundo,
porque este sentimiento fue inventado,
confeccionado en la tela de mi alma para tu talla.

Te he querido porque existimos juntos,
aunque por separado seguimos siendo,
juntos empezamos a ser…sin principio ni fin.

Te he querido porque no se aprende a querer
y tú me diste clases de cariño, de cómo quererte,
porque desde que te quiero no he aprendido
a querer a nadie más con este mismo sentimiento.

Te he querido desde la orilla de mi cama
hasta la tuya que sigue sin mí,
desde esta esquina, desde la puerta donde te encontré,
desde la ventana que siempre dejas abierta,
desde donde quiera que yo esté, hasta donde quiera que tú estés.

Te he querido porque no sabes nada de poesía,
porque te escribo poesía,
porque tú eres mi poesía,
porque no entiendes el arte de escribir,
porque aún así disfrutas lo que plasmo para ti.

Te he querido porque estamos lejos,
(porque de cerca seguro sería menos querer),
porque te ausentas y me ausento,
porque es delicia maldecirte, implorarte,
no tenerte y saber que siempre te tendré.

Porque sigo escribiendo para ti.

Te he querido, te quiero,
desde ayer, desde antier,
desde el martes y hasta el jueves,
porque no hay razón para no quererte,

Te quiero por que sí,
porque te he querido,
porque te quiero,
porque te querré.

sábado, 11 de agosto de 2012

Para este frío

Todos los días suelo extrañarte...te extraño a ti y al frío que siento y sueles calmar con tus brazos.

Una taza de canela,
la sudadera de lana,
mis calcetas a rayas,
la chimenea encendida,
la cobija café, el edredón morado.
Guantes, bufanda,
café hirviendo, amargo,
el baño con vapor.

Para este frío...tu cuerpo desnudo sobre el mío.

martes, 17 de julio de 2012

Quédate a mi lado

La distancia nunca ha sido impedimento para el verdadero sentimiento de unión.

Quédate conmigo no sólo esta noche,
que es mágica, no lo niego,
que sabe a dulce sal, que huele a mar,
que trae consigo un abrazo memorial.

Quédate a mi lado hasta el final,
cuando la fe me pese, cuando los días me falten,
cuando los besos ya sobren y las palabras no alcancen,
dame tu mano, tu abrazo firme, tu sabia tranquilidad.

Quédate a mi lado en cada sueño,
en las llamadas que nos faltan, en los planes que juntos,
por separado, iniciamos, en las risas de madrugada,
en las noches de frío, en las tardes de llamas,
en las veces en que me inundo.

Quédate a mi lado ya en el fin del mundo,
cuando no haya más,
cuando los días se nos acaben,
cuando la música deje de gustarnos (si eso pasa),
cuando las lecciones de arte a mi lado terminen,
y tus enseñanzas lleguen al final.

Quédate a mi lado cuando sientas que es hora de bajar,
cuando estés hambriento, sediento,
cuando mis manos te puedan calmar,
quédate a mi lado cuando estés solito, acompañado,
cuando la felicidad te embargue,
cuando la vida nos embriague,
y los puros de café se nos consuman,
cuando las ganas se hayan fumado,
cuando de mi boca estés necesitado.

Quédate a mi lado, no sólo esta noche,
ni mañana, ni veinte paseos más,
hazlo en el último beso,
en mi mirada que te grita,
en mis letras que te pintan,
en mi voz que te llama.

Quédate conmigo, a la distancia

lejos, pero a mi lado.