Me acostumbre a tu cuerpo durmiendo a mi lado,
medio despierto, buscando mis labios,
a despertar y seguir soñando.
Me acostumbre a tu cobija, a tu alfombra,
a las cenas y los cafés de madrugada,
a tus manos explorando.
Me acostumbre a tus tristezas, a nuestras risas y llantos,
a buscarte cuando estaba perdida,
a encontrarte cuando a gritos lo pedías.
Me acostumbre a las sobremesas extensas,
a dormir desnudos y abrazados,
a tu aliento cerca de mis labios,
a tus ojos cerrados, a tu cabello despeinado.
Me acostumbre a andar de tu mano,
a ocultar nuestros besos de lo mundano,
a crear e inventar, a bailar y cantar,
a dormir entre tanto escándalo,
a verte estudiando.
Me acostumbre a que me explicaras el universo,
a que me hablaras de economía, de la utopía,
a tus manias y protestas, a que no siguieras reglas,
al peso exacto de tu cuerpo escueto,
a la forma en cómo me llamabas, a tu cuarto desordenado.
Me acostumbre a que fueras mi punto de equilibrio,
mi demonio, mi amante y amigo, mi suspiro,
mi pan de cada día, mi café chai,
mis desveladas, mis madrugadas.
Me acostumbre tanto a ti, como ahora
a olvidarte me he ido acostumbrando.