Hilvano las letras de tu nombre a mi piel,
como pequeñas perlas recorren despacio un camino a 45°.
Bajan sumisas, sin oponerse,
sin detenerse hasta la punta de mis pies.
Recorto trocitos de tu recuerdo
y los pongo bajo la almohada.
Los voy sacando uno por uno
y los bebo con mi té.
Como turroncitos de azúcar
se disuelven en el fondo
y entran a mi cuerpo para
hablarme de ti.
Intento una caligrafía perfecta
para escribir tu nombre.
Y te escribo.
Y te sigo escribiendo.
Con simplicidad:
Javier.
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