Hubo en sus ojos una calma que alcancé a notar,
no lo conocí más allá de recortes de vida,
con corbatas de formalidad
y una placa que nunca pude ver.
Llevaba seguramente un maletín negro
y recorría el mundo entero en un día,
dormía temprano, comía a deshoras,
solía orar cerca del mar y guardaba la pulcritud
como un voto para poder vivir.
Sus manos estaban limpias de lo mundano,
y aunque no sabía nada de química
se atrevía a dar clases con lenguaje ortodoxo.
Hubo en sus palabras sabiduría que apenas pude escuchar,
no lo conocí, pero era el claro ejemplo de seriedad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario